El mismo Señor iba preparando providencialmente la hora decisiva, el 4
de Mayo de 1897, las huestes antirreligiosas de la revolución liberal en
la ciudad de Riobamba, profanan sacrílegamente la Santísima Eucaristía,
en el templo de San Felipe de los Padres Jesuitas y asesinan al Padre
Rector Emilio Moscoso. Tan horrendos sacrilegios y profanaciones,
conmovieron profundamente el espíritu de la señorita Rosa Elena Cornejo
que estaba dispuesta a hacer todo lo que el Señor le inspirare o le
pidiere, para repararlos y la voz de Dios le llegó por el Padre Director
de la Tercera Orden de San Francisco y por su Confesor que le pedía la
constitución de una Congregación dedicada a la Reparación en desagravio
de los ultrajes y ofensas de que había sido objeto en el Augusto
Sacramento de la Eucaristía.
Un mes más tarde de estos
sacrilegios, Rosa Elena Cornejo, con sus compañeras deciden emprender la
fundación de una nueva Congregación de Religiosas en la antigua
Recoleta de San Diego. Arduos fueron los comienzos de la anhelada
fundación que pusieron a prueba su fe y decisión y en la que flaquearon
casi todas, excepto Rosa Elena Cornejo a quien el Señor la sostenía con
una fe evangélica, capaz de trasladar de un lugar a otro las mismas
montañas. Después de cuatro años de haber perseverado en su propósito de
consagrarse por entero a la Adoración y Reparación de Jesús Crucificado
y profanado en la Eucaristía, el 2 de Junio de 1901, con la
autorización del Excelentísimo Señor Arzobispo de Quito, Mons. Pedro
Rafael González Calisto y el Padre Ministro Provincial de Franciscanos,
se erigió, por fin, canónicamente el Noviciado de la nueva Congregación
optando como norma de vida unas primeras Constituciones escritas con el
asesoramiento del Padre Antonio Argelich ofm. y aprobadas por el mismo
Señor Arzobispo. Desde esa fecha, a la Señorita Rosa Elena Cornejo se le
reconocería con el franciscano nombre de María Francisca de las Llagas,
quien como Francisco de Asís cifraría toda su aspiración en vivir el
evangelio sin glosa, siguiendo al Señor Jesucristo en pobreza, castidad y
obediencia, abrazándose con su cruz cada día en actitud de adoración y
reparación.
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